viernes, 18 de marzo de 2011

Sobre los comentarios en blogs y webs de noticias

Me lo pregunto periódicamente. Y hoy, a riesgo de parecer anticuado, lo hago en voz alta: ¿qué aportan los comentarios en los blogs y webs de noticias?

Soy un entusiasta de eso que llaman la web 2.0. Escribo en blogs desde que tengo constancia de su existencia. Uso Twitter y, en menor medida, Facebook y YouTube. Soy consciente de que la conversación ya no corresponde a los grandes medios, sino a la gente, y esa revolución me alegra. No quiero restar valor a estos fantásticos canales y herramientas. Quiero referirme, únicamente, a los comentarios en blogs y webs de noticias. Porque, insisto, ¿qué aportan?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Prensa

Gumersindo Lafuente. Periodista. Adjunto al director de ‘El País’. Director de ElPais.com. Algunas reflexiones sobre el periodismo (el viejo, el nuevo y el que nunca cambia).

» “Vivimos un momento extremadamente positivo para el periodismo. La muerte del papel no es un túnel oscuro. Debemos reinventarnos como periodistas, reinventar la industria”

» “Que se preocupen los dueños de las rotativas, los fabricantes de papel prensa, los de la furgoneta del reparto... pero no los periodistas. Lo que necesita esta revolución son buenos periodistas”

» “Es mucho más difícil hacer periodismo en tiempo real que con 24 horas, ocho filtros y un editor que nos reescribe los textos”

» “Ni siquiera la llegada de los medios audiovisuales tuvo tanta importancia como la revolución que estamos viviendo y que va a transformar la estructura económica de todos los demás medios”

» “Los grandes sucesos en 15 años de historia de Internet tienen que ver con marcas: Yahoo, Google, Flickr, YouTube, Twitter, Facebook... En ellas no ha participado ningún grupo de comunicación de esos cuyo entramado ha sido puesto en entredicho por estas marcas”

» “Ahora es todo más higiénico. Antes sólo unos pocos con poder financiero podían poseer medios y licencias”

domingo, 21 de noviembre de 2010

Tengo un amigo

No existe el debate. Ha muerto sepultado por los gritos y las ofensas. No hay argumento que pueda ser escuchado completo, ni elaboración que no sea interrumpida por la onda gruesa de los vocingleros. Y no piensen en Radio Marca o Sálvame o La Noria. Vayan a casa o al bar y hablen, elijan un tema y sáquenlo a la hora de la cerveza. Diga: yo votaré al PSOE, yo creo que Rajoy podrá solucionar esto, yo pienso que Mourinho es un buen entrenador o que Messi es el mejor jugador de la historia. No hay espacio para lo opinión y si me apuran, no hay espacio para el razonamiento. La paciencia se acorta y terminamos cayendo en el exabrupto o la boutade para llevar al paroxismo lo que en un principio pudo ser conversación templada. De las últimas técnicas para degollar argumentalmente al interlocutor hay una técnica infalible, inabordable. La llamaré “tengo un amigo que”.

Tras minutos de palabrería sosegada, de supuestos y ejemplos, y al parecer cansado de darnos la razón o rebatir lo incorrecto, uno de los improvisados tertulianos decide acabar con el tema esgrimiendo un caso particular, intratable por desconocimiento, y que pretende ir de lo individual a lo colectivo, es decir, sacar de una anécdota una conclusión universal y absoluta. Cuando todo está perdido sueltan un: yo tengo un amigo al que le pasó. Y añaden un largo y reflexivo silencio. Un directo a la mandíbula. Ejemplos recientes, muchos. Piensen en su día a día, salgan hoy a la calle y verá como ya son muchos los que se unen a esta nueva disciplina. Tengo un amigo al que le va bien, tengo un amigo al que le dieron a ayuda, tengo un amigo que lo conoce y le dijo eso que te estoy contando, tengo un amigo que ha cerrado su negocio, tengo un amigo al que se le murió la madre por culpa de ese señor al que tú defiendes con tanto ahínco.

Ya no existe el debate. Da pereza explicar lo que uno siente. Dan pereza los datos, la experiencia o las ilusiones depositadas en unos temas tan livianos como imprescindibles. La razón ahora la tienen los amigos, reales o no, que ya han vivido lo tratado y sentencian, por boca del interlocutor, el hilo que nosotros no querríamos aún cerrar.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Imagina una caja



Imagina una caja minúscula, cerrada, oculta en cualquier parte de una gran casa. Por ejemplo, en el trastero mohoso, en el sótano de la enorme mansión, metida en otra caja aún mayor. Una caja olvidada, polvorienta, insustancial, sin más valor que el cartón de la que está hecha. Imagina que la abres y ves un mundo agitado en su interior. Que cada milímetro de esa caja está en disputa, que los insectos, por ejemplo, han decidido que esa es la caja que hay que habitar. Que se devoran en la oscuridad abandonada de esa caja, que baten sus mandíbulas en busca de un hueco en el cartón agrietado de esa caja.

Que ya no hay nada más allá que esa caja, ni la caja mayor, ni el enorme trastero, ni que decir la casa que llena de luz nos da la bienvenida subiendo un puñado de escaleras. Pensemos en esa caja como el objetivo de todos esos bichos, que se relacionan sólo en esa caja, que muerden a otros bichos, que abandonan la cajita derrotados, que intentan convencer a los que no están en esa caja de que esa caja es la mejor caja. Que creen que otros insectos que se apolillan en las vigas o roen la madera de las escaleras envidian esa caja y su agónico y disparatado espacio. Que hablan de la caja, que pintan en la caja lo que la caja debe ser, o lo que es, o lo que fue, que llaman a otros insectos para ser más los que habiten esa cajita indecorosa y fría. Esa caja que algún día alguien tirará a la basura, que será sustituida por otra caja, en la que toda batalla será en vano. El tiempo habrá pasado para nada en los habitantes de la pequeña caja minúscula y cerrada escondida en la gran casa.

Piensa en esa cajita, piensa en los bichos que se agitan en su interior, que levantan sus patitas, que zarandean a otros bichos, que se afanan por poseer el espacio ínfimo de una caja que no es más que una caja de cartón sucio tontamente atestada.